"Para ojitos de almendra..."

domingo, 22 de marzo de 2009

Ayer en la noche cerrada me adentré de nuevo en el mundo del color y de los sueños.
Donde las luces nocturnas nunca se apagan y los vidrios de lo basos brillan con intensidad.
Donde en la oscuridad del bar, sólo se cruzan las miradas furtibas.

Estábamos en uno de esos antros con una música indefinida: la fusión del Pop, Rock y Electro que atrae a las tres masas seguidoras de cada género. Disfrutando de la libertad de nuestra alma y nuestros deseos mundanos. De nuestra lujuria, la locura, el misterio y cómo no; la magia.
Me sentía con el autoestima alta y una seguridad inusual en mí, todo por el simple hecho de pintar mis labios con una barra color carmín que parecía definir a la perfección la comisura de mi boca.
Al potenciar esa parte de mi rostro me sentía...más mujer, por así decirlo. Creaba un bonito contraste con mi piel pálida. Y todo esto, desenboca en que bajo mi criterio, me hacía ver más poderosa.
Por lo tanto fue una de las mejores noches de mi vida, ya que en ninguna de las anteriores, creí tan ciegamente en mí misma. Así que bailé. Bailé y me moví cuanto quise y como quise. Disfruté de la música y de mis amigos incluso el triple. Ni siquiera recordaba haber tenido alguna vez nariz (entre risas), y todo se reducía a un momento placentero.

En una de mis vueltas a lo loco, descubrí a mi querida ojitos de almendra buscando con urgencia el baño. Agarré su manita y la compañé hasta su destino. Pero repentinamente, se desprendieron de sus ojos unas gotas de agua salada. Sus pestañas se empaparon y sus cuencas enrojecieron.

Sé de sobra, que es fuerte por naturaleza. Y por ese mismo motivo intenté ser yo más fuerte que ella, abrazarla y sostenerla. Y mediante ese abrazo, canalizar hasta su cuerpo todos los sentimientos que había recopilado de su persona a lo largo de cuatro extensos meses, gota por gota. Para que así, sintiese el antigüo calor que le proporcionaban otras personas en el pasado, en el mundo anterior a éste. El que dejó atrás sin volver la vista siquiera un segundo.

Todo para que no olvidara aquel sabor que tenían los sueños.

Y mientras yo la apretaba hasta axfisiarla, intentando comprimir sus lágrimas, sentí caer las mias propias.

Entraron miles de personas al baño. Y miles de personas salieron mientras seguíamos en aquella burbuja atolondrada, apiadándonos de nuestras pobres vidas.
Mas debo decir que ni uno de los segundos que marcó mi reloj de pulsera en aquel escusado encharcado fue marcado en vano. Ya que después de recordarla el cariño que había ido embotellando para ella, a su vez me prestó más cariño embotellado para mí.

Fue entonces cuando recorde aquella parte de la alba que ya había olvidado.
Pensaba que nunca podría volver a escuchar lo suficiente a una persona como lo hice antes, o a ser capaz de desbordarla hasta hacerla creer que el sentimiento había menguado.

Así que la noche, las copas, las luces, la lujuria, los deseos mundanos, la magia, y mi carmín se esfumaron.

Deje atrás mi autoestima, mi seguridad y mi placer para percatarme de que el haber estado junto a ella en su profunda melancolía, y con su torrente de emociones desbordado, era realmente el mejor momento de la noche. Porque el placer que sintió mi alma al ver la sonrisa de humilde agradecimiento, o los ojos chispeantes de mi almendra, no se compara a ninguno de los citados anteriormente.