"El último aliento de la flor"

miércoles, 11 de marzo de 2009

Encontraron un mundo extraño, al otro lado del espejo.
Y en la montaña más alta se erguía la única torre de aquella dimensión paralela.
En la cima florecida, dormía una flor hermosa, radiante, con forma de mujer. Y de sus labios ponzoñosos resbalaba la canción prohibida. Aquella que los humanos no eran capaces de escuchar.

Mas el lobo la escuchó, y se enamoró de la melodía que salía de la torre.
Andubo la colina durante días, y durante noches pisó escalón por escalón hasta llegar a la cumbre de la escombrosa estructura.

Abrió sus ojos amarillos como la miel, y contempló el frondoso jardín, el mismo que vislumbró al otro lado del espejo.
Se estrecharon sus fauces y vibraron sus patas al reconocer el aroma. El aire olía a jazmín y a rosas. Amapolas jóvenes, claveles frescos...nenúfar. Pero la verdadera belleza dormitaba entre cánticos indescifrables, justo en el centro.

La bestia degustó la esencia que emergía de la flor como un torrente enloquecido. Y al mismo tiempo, ésta abrió sus salvajes ojos rojos, igual que la sangre que corría por las venas del animal.

El tiempo parecía haberse detenido en aquel momento. El aire no se movía, el agua no fluía...Solo existía aquel olor. Y los mantenía conectados, escrudiñando en el fondo de la cornea, esperando encontrar un atisbo de luz. Durante todo un año
Pero nada ocurrió.

El perro fue testigo de cómo la flor se marchitaba y moría al llegar la primera ventisca.

Nunca más se escuchó aquel cantar risueño, y nadie volvió a mirar al otro lado del espejo.
Porque el amor de la bestia pudo durar mil años, toda una eternidad.
Pero la flor se esfumó en un segundo.



Porque nada durará lo suficiente,

Nada puede ser eterno.

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